miércoles, 4 de enero de 2017

Breve análisis de dos poemas de Miguel de Unamuno




Miguel de Unamuno considerado como uno de los pensadores, filósofos e intelectuales más influyentes de su época (Bilbao, 1864 – Salamanca, 1936), se devela también como un poeta tardío, con una obra considerada como una de las más importantes del siglo XX: «Yo apenas escribí versos hasta pasar de los treinta años, y la mayoría de ellos, la casi totalidad, después de traspuestos los cuarenta […]. Son poesías de otoño no de primavera.» (Carta a Zorrilla de San Martín, 2-XI-1906).

A lo largo de su vida, Unamuno, se sumerge en crisis existenciales y en luchas interiores que influyen y se hacen evidentes en su obra. En este breve análisis, estudiaremos y compararemos los poemas Id con Dios y La oración de un ateo escritos en 1907 y 1911 respectivamente.

En Id con Dios podemos apreciar la insistencia de parte del autor por encontrar reconocimiento de su obra poética. Unamuno nos dice en sus versos la demora que tuvo en comenzar su labor en la creación de los versos: «Aquí os entrego, a contratiempo acaso/flores de otoño, cantos de secreto» (Unamuno, 1907: s.p.).

Por otra parte, vemos también como Unamuno nos habla de sus versos como un padre, un creador y formador de sus hijos (sus poemas) «Esta idea tiene su antecedente en Bécquer, quien hablaba del poeta como el padre de sus criaturas, las cuales pelean por salir–igual que los hijos del seno materno-. Dice Bécquer: “¡Andad, pues! ¡Andad y vivid con la única vida que puedo daros!”» (Moreno, 2007: s.p.): Y Unamuno se refiere a su obra diciendo: «¡Cuántos murieron sin haber nacido, /dejando, como embrión, un solo verso! […] /Estos que os doy logré sacar a vida,/y a luchar por la eterna aquí os los dejo […] /hice ya por ellos/lo que debía hacer; que por mí hagan/ellos lo que me deban, justicieros» (Unamuno, 1907: s.p.).

El poeta se muestra como un ferviente creyente de Dios, a quién parece entregar y encomendar su trabajo. Sin embargo, como lo dijimos anteriormente, Unamuno sufría de conflictos internos y existenciales, lo que nos hace pensar que encontró en sus escritos un camino a la salvación y a la paz que anhelaba; también una manera de alimentar ese deseo de reconocimiento y egolatría: «y que al morir, en mi postrer jornada/ me forméis, cual calzada, mi sendero/ (…) Íos con Dios, pues con Él vinisteis/ en mí a tomar, cual carne viva, verbo,/responderéis por mí ante Él, que sabe/ que no es lo malo que hago, aunque no quiero,/ sino vosotros sois de mi alma el fruto» (Unamuno, 1907: s.p.).

En contraste con el soneto La oración de un ateo, encontramos a un Unamuno que evidencia sus más hondos conflictos existenciales: «¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande/que no eres sino Idea; es muy angosta/la realidad por mucho que se expande/para abarcarte. Sufro yo a tu costa, /Dios no existente, pues si Tú existieras/existiría yo también de veras.» (Unamuno, 1911: s.p), parece haber una contradicción en ambas obras, una que desborda sentimientos muy religiosos y la otra muy antirreligiosa. Si estudiamos más a profundidad la obra completa de Unamuno descubrimos que en realidad se trata de un abordaje lírico que nos expone dos puntos de vista que son, a lo largo de su vida, temas relacionados con sus dudas y cuestionamientos en torno a la existencia de Dios, del ser humano y del origen de ambos.

En ambos poemas, y tal como el mismo Unamuno describe en su ensayo Mi Religión, lo que encontramos son «gritos del corazón, con los cuales he buscado hacer vibrar las cuerdas dolorosas de los corazones de los demás» (Unamuno, 19: 3), cantos que son «mi religión, y mi religión cantada, y no expuesta lógica y razonadamente.» (Unamuno, 1907: 4). En Id con Dios nos transmite un poder de creación de la palabra que proviene de lo divino, de Dios; a diferencia de La oración del ateo que es la afirmación de que ese Dios es solo una idea que el ser humano ha creado para justificar, manipular o dar una explicación al mundo, en este soneto se expresa una persona que niega la existencia de Dios: «Tú, Dios que no existes» (Unamuno, 1907: s.p.) y utiliza la segunda persona del singular, con la que el narrador habla paradójicamente con Dios, ausente e inexistente, pero a quien va dirigido el poema, para al final condensar en una Idea el concepto de Dios y del ser humano, como prueba de su inexistencia o de su existencia.

Unamuno inspiró los temas de sus obras en los conflictos interiores que sufre el ser humano, trató de buscar y valorar el punto intermedio entre fe y razón, reflexionó sobre la existencia de Dios, sobre el sentido de la religión, sobre la muerte y sobre el paso del tiempo.

 
Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca

  

¡Id con Dios!

Aquí os entrego, a contratiempo acaso,
flores de otoño, cantos de secreto.
¡Cuántos murieron sin haber nacido,
dejando, como embrión, un solo verso!
¡Cuántos sobre mi frente y so las nubes
brillando un punto al sol, entre mis sueños, 
desfilaron como aves peregrinas,
de su canto al compás llevando al vuelo,
y al querer enjaularlas yo en palabras
del olvido a los montes se me fueron!
Por cada uno de estos pobres cantos,
hijos del alma, que con ella os dejo,
¡cuántos en el primer vagido endeble
faltos de aire, de ritmo se murieron!
Estos que os doy logré sacar a vida, 
y a luchar por la eterna aquí os los dejo;
quieren vivir, cantar en vuestras mentes, 
y les confío el logro de su intento.
Les pongo en el camino de la gloria
o del olvido; hice ya por ellos 
lo que debía hacer; que por mí hagan
ellos lo que me deban, justicieros.
Y al salir del abrigo de mi casa 
con alegría y con pesar los veo, 
y más que no por mí, su pobre padre,
por ellos, pobres hijos míos, tiemblo. 
¡Hijos de mi alma, pobres cantos míos, 
que calenté al arrimo de mi pecho,
cuando al nacer mis penas balbucíais,
hacíais de ellas mi mejor consuelo!
Íos con Dios, pues con Él vinisteis 
en mí a tomar, cual carne viva, verbo,
responderéis por mí ante Él, que sabe
que no es lo malo que hago, aunque no quiero,
sino vosotros sois de mi alma el fruto;
vosotros reveláis mi sentimiento,
¡hijos de libertad! y no mis obras
en las que soy de extraño sino siervo;
no son mis hechos míos, sois vosotros, 
y así no de ellos soy, sino soy vuestro. 
Vosotros apuráis mis obras todas; 
sois mis actos de fe, mis valederos. 
Del tiempo en la corriente fugitiva 
flotan sueltas las raíces de mis hechos, 
mientras las de mis cantos prenden firmes
en la rocosa entraña de lo eterno.
Íos con Dios, corred con Dios al mundo,
desparramad por él vuestro misterio,
y que al morir, en mi postrer jornada
me forméis, cual calzada, mi sendero,
el de ir y no volver, el que me lleve
a perderme por fin, en aquel seno
de que a mi alma vinieron vuestras almas,
a anegarme en el fondo del silencio. 
Id con Dios, cantos míos, y Dios quiera 
que el calor que sacasteis de mi pecho, 
si el frío de la noche os lo robara, 
lo recobréis en corazón abierto 
donde podáis posar al dulce abrigo
para otra vez alzar, de día, el vuelo.
Íos con Dios, heraldos de esperanzas
vestidas del verdor de mis recuerdos,
íos con Dios y que su soplo os lleve
a tomar en lo eterno, por fin, puerto.


La oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes, 
y en tu nada recoge estas mis quejas, 
Tú que a los pobres hombres nunca dejas 
sin consuelo de engaño. No resistes 

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas, 
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes. 

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande 

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.







Bibliografía

(1900): “Carta a Miguel Gayerre” (27-9-1900), en Múgica, P. de (1972): Cartas inéditas de Miguel de Unamuno, Madrid, Rodas, p. 273.

Unamuno, M. de (1907): “Mi religión”, en Mi religión y otros ensayos: http://www.ensayistas.org/antologia/XXE/unamuno/ 

(1932): “Poética”, en Poesía española. Antología (1915-1932), selección de Gerardo Diego, Madrid, Signo.

(1904): “Intelectualidad y espiritualidad”, en La España Moderna, III.