En 1511, en el seno de una familia
judeoconversa, nace Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada, mejor conocida como
Teresa de Jesús. Con apenas 13 años, en 1528, pierde a su madre y a partir de
ese momento se muestra interesa por los asuntos espirituales. En el año de 1531
ingresa al convento de Santa María de Gracia y decide tomar los votos a raíz de
una grave enfermedad que se le es diagnosticada y con esto confirma su vocación
por la senda religiosa. Decide salir de su entorno familiar y, de esta manera, profesar
en el convento de la Encarnación el 3 de noviembre de 1534.
En 1539, Teresa de Jesús logra
recuperar su estado de salud, hecho que atribuye a la intervención divina de
San José. A partir de este momento aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y
aprendió el método de oración llamado de “recogimiento”, este acontecimiento la
hace más cercana y le hace crecer su fe y devoción a Dios.
Tras la muerte de su padre en 1541,
Teresa de Jesús, sufre por la ausencia que deja su pérdida y en el año de 1542
testifica y afirma ser testigo y protagonista de la aparición de Jesucristo
quien le reprocha el haber dejado de lado la oración.
Teresa de Jesús contó con el apoyo de
Fray Luis de León, así como de la congregación de los jesuitas, quienes
apreciaban la ideología que tenía en relación a la Contrarreforma. También
contó con el apoyo de San Juan de la Cruz, quien en aquel entonces era un joven
Fraile Carmelita, y le ayudó en el proceso de la reforma de los Carmelita
Descalzos. Más adelante, en el año de 1560, Teresa de Jesús adopta la regla
primitiva del desprendimiento y la contemplación y, de esta manera, restaura la
antigua regla del Carmelo. Con ella y con San Juan de la Cruz, alcanza la
espiritualidad Carmelita su cima, afectando la reforma tanto a las monjas como
a los frailes. En realidad, era el espíritu de pobreza el que caracterizaba
toda su labor fundadora. Como una muestra de lo anterior, decide sustituir los
zapatos que utilizaba en el convento de la Encarnación y en su lugar usa unas
alpargatas elaboradas con cáñamo. A raíz de esto, los miembros de su
congregación son conocidos como los descalzos. Teresa de Jesús detalla su lucha en pro de la
reforma y la creación de nuevos conventos (17 durante su vida), en su Libro
de las fundaciones (1580).
Teresa, fallece el 4 de octubre de
1582, tras una dura enfermedad y sin haber publicado ninguna de sus obras. La Inquisición
siempre estuvo en vigilancia permanente de sus escritos, ya que temían la
creación de obras que incitaran al pensamiento crítico o contrario a la
doctrina cristiana católica. Su
manuscrito Meditaciones Sobre El Cantar
de los Cantares lo quemó ella misma por orden de su confesor, en una época
en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance.
Teresa de Jesús es incitada por sus propios confesores y superiores a
narrar y escribir sus experiencias místicas y es así como entre los años de
1562 a 1565 escribe su primer libro titulado El libro de la vida, obra en la que la autora plasma y describe su
personalidad y narra las experiencias místicas y humanas que vive. El libro de la vida es una obra autobiográfica
en el que Teresa de Jesús nos habla de sus experiencias internas y externas,
para el caso, María Mar Cortés nos dice que este libro «puede
considerarse las primeras muestras de textos autobiográficos en lengua
castellana y un valioso ejemplo de literatura confesional» (Cortés, 2015: 244).
Por otro lado, Víctor García de la Concha señala, en una de sus conferencias,
que Teresa de Jesús hacía uso de «una escritura mistagógica: donde incorpora al
lector a su propio proceso de vida (historia personal) que desde sus escritos
teológicos – biográficos se cumple algo que ella decía, “contagiar de su propio
mal”» (García de la Concha, 1981).
Como mencionamos anteriormente, una
de las obras más relevantes de Teresa de Jesús es el Libro de las fundaciones, obra escrita entre los años 1573 a 1582.
En este libro nos narra las situaciones, las experiencias y las proezas vividas
en la fundación de un sinnúmero de monasterios en España y, de la misma manera,
nos relata el proceso en la reforma del Carmelo. Teresa escribe esta obra en su
etapa de madurez y en un momento en el que se encuentra en un ambiente de
monjas, amigas y hermanas de la congregación, para quienes escribe. También
dirige sus mensajes a la gente humilde y por eso podemos observar una prosodia
popularizante en sus escritos. La palabra escrita de Teresa de Jesús siempre
estuvo encaminada a mostrarnos, reafirmar y resaltar su fe y sus creencias
religiosas.
Además de los libros ya
citados, de fuerte carácter autobiográfico, estudiamos a Teresa de Jesús en
literatura como representante de la literatura mística, sobre todo en obras como
Camino de Perfección, escrito en 1567,
Meditaciones sobre los cantares en 1567 y Moradas
del castillo interior en 1578. Este
último libro, Las moradas,
es la obra de más repercusión literaria de Teresa de Jesús. Santa Teresa
escribe con un estilo sencillo que fluye con naturalidad. Usa constantemente
imágenes de la vida diaria y un lenguaje paradójico para expresar conceptos profundos de la experiencia mística. Para el caso, podemos
decir que el poema “Vivo sin vivir en mí” es un ejemplo de su
lenguaje y del uso de la paradoja; y su ensayo “Meditación sobre el 'Bésame'”, dirigido a sus monjas nos muestra el estilo
sencillo de Santa Teresa.
En
la escritura de Teresa de Jesús encontramos muchos rasgos que se vuelven
característicos en sus obras. Podemos ver como utiliza el coloquialismo para
acercarse a sus lectores; se esforzaba en escribir de la misma manera en que la
gente hablaba y se comunicaba: «esto
se riega muy mijor, que queda más harta la tierra de agua» (Cortés, M. 2016:1).
Teresa escribe de una manera casi rústica, simple y llana, utilizando muchos
diminutivos y de esta forma se hace sentir más humilde, además de que en sus
escritos podemos apreciar los titubeos permanentes que hay en su grafía.
Teresa de Jesús usa algunas figuras estéticas como la símil o
comparación. También utiliza
frecuentemente la alegoría con la que pretende reprender a los directores de
espíritu prefiriendo no entrar en grandes descripciones y prefiere lo
sustancial y concreto.
El estilo de Santa Teresa no es monolítico, debemos
considerar una pluralidad en el lenguaje de sus obras. Su epistolario es una
buena muestra del uso de distintas normas. Así vemos, cómo en las Exclamaciones
del alma a Dios, por ejemplo, Teresa formaliza su arrebato de orante en frases
que evidencian las huellas de lecturas y sermones, y que rara vez presentan la
incorrección gramatical. Antes bien, aparecen anáforas, simetrías, apóstrofes,
interrogaciones y exclamaciones retóricas, opósitos, hipérbatos estilísticos,
complementos y adjetivos etimológicos.
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