Ricardo
Piglia, escritor argentino, es uno de los narradores y críticos más importantes
e influyentes en la literatura actual. Su cuento Las actas del juicio
forma parte del volumen Nombre falso publicado
en 1975.
Las actas del juicio es
una narración de carácter histórica que trata sobre el juicio del presunto
asesino de uno de los personajes de la historia de Argentina, el General Justo
José de Urquiza, enmarcada a partir de hechos ocurridos en el año 1852.
Piglia
nos presenta una historia partiendo de un documento oficial, se trata de un
acta de la declaración y la reconstrucción de los hechos de un asesinato; y es
aquí donde comienza una especie de juego entre la ficción y la realidad, de la
literatura y la historia. Narrada en primera persona por uno de los testigos y
acusados, Robustiano Vega que podría ser la alteración del nombre de Robustiano
Vera, quien fue el coronel que tuvo al mando una partida de cincuenta hombres
con la misión de apresar a Justo José de Urquiza. Aquí la intención de Piglia
es mostrar las contradicciones de la historia oficial a partir de la
intrahistoria literaria.
Podemos
apreciar como en el interrogatorio del juicio existe la presencia de un Juez,
sin embargo sus preguntas al acusado no figuran en el relato, no obstante los
espacios en blanco seguidos de los guiones de inicio del diálogo nos indican
que es la respuesta a esas interrogantes que el autor omite en la narración de
la historia: «— ¿Quién dice que no
es de esto de lo que tengo que hablar? Si fue por esto que yo lo hice y por
estas cosas entendió el General que no era al hiedo a lo que nosotros le
cuerpeamos, la noche aquella, en los Bajos.» (Piglia, 1967:1). Podemos ver
también expresiones como «—No, señor. Ninguno de nosotros sabe.» (Piglia, 1967:5)
para hacer respuesta a esa otra voz oculta que podríamos intuir se trata del
juez.
A través del tiempo los historiadores han
construido la imagen de Urquiza con base en documentos e investigaciones
rigurosas, nos han retratado a un personaje con grandes intenciones políticas,
sociales y culturales, que luchó por el bienestar y desarrollo de un pueblo;
los motivos de su asesinato han sido objeto de dudas y largos debates. En este
cuento, Piglia ficcionaliza el relato y el punto de vista de uno de los supuestos
asesinos del General, quien de manera inicial formó parte de sus tropas y por
circunstancias relacionadas con la misma política acabó siendo uno de sus
asesinos:
—Sí.
Fue por todo eso que yo lo hice. Pero ya había sucedido antes, la noche aquella
en los Bajos de Toledo, […]. Esa vez sucedió. Y no fue por divertirnos. Ni por
miedo a pelear como andan diciendo. sino por coraje y porque el General ya no
se mandaba ni a él. […]. Lo que pasó después, es como si no hubiera pasado.
Esto de que todo Entre Ríos ande con voluntad de guerrear y gritando ¡Muera
Urquiza! cuando para nosotros, los' que peleamos al lado de él, ya estaba
muerto desde antes. (Piglia, 1967: 7).
En un lenguaje provinciano y con algunas marcas propias de esa oralidad, Robustiano Vega nos cuenta el punto de vista de esa otra parte en la que podemos notar el reconocimiento de Urquiza como el líder que fue y que poco a poco se desvaneció por las circunstancias precarias, la desesperación, la versión de que se trató del gesto heroico de quien se rinde para pacificar el país, algunas malas decisiones y también traiciones de las que, según la historia, fue víctima:
Lo demás vino porque
daba lástima verlo, tan apagado […].Por las tardes se paseaba cerca del río, y
uno lo miraba de lejos, y era como ver pasar el viento. Se andaba solo y
callado y daba una especie de indignación. También por eso lo hice. Para
ayudarlo. Pero hubo otras cosas, porque sino ustedes no armarían este bochinche
y yo no estaría aquí, parado, hablando de esto que sólo me da pena. Alguna otra
cosa anduvo pasando que no sabemos, algo que viene de lejos y que fue lo que
modificó al General. Y de eso parece que no hay quién conozca. Ni entre ustedes
(Piglia, 1967: 8).
Es importante mencionar como el autor hace la
construcción de los personajes de Urquiza y Vega; del primero podemos resaltar
el hecho de que a pesar de tratarse del supuesto asesino de uno de los hombres
más emblemáticos de la época, es también un hombre que se muestra conmovido y
que siente pena, dolor y confusión a pesar de que al final su moral, su
ideología y su misma ignorancia lo incitó a perpetrar el crimen: «—Perdone, mi General —le dije, y me apuré buscándole el medio del
pecho para evitarle el sufrimiento» (Piglia, 1967: 9).
La voz de Robustiano Vega nos describe también al personaje de
Justo José de Urquiza, nos presenta a un ser humano con virtudes y también
defectos, describiendo actos que desmitifican su imagen.
Vemos como se describe
a un hombre que la historia nos ha presentado como un símbolo de la lucha, de
la libertad y de la justicia «—No. Y por eso estábamos con él. Porque siempre
hizo lo que era debido y daba gusto pelear por él, que era como nosotros, que
había empezado de abajo y se lo hizo todo» (Piglia, 1967: 4), sin embargo a su
vez nos muestra a un hombre frío y cruel con sus adversarios, situación que llevó
a Robustiano a la decepción y que lo motivó a partir aquella tarde del 11 de
abril de 1870, acompañado de cincuenta hombres, a perpetrar el asesinato del
General Urquiza:
Ninguno de nosotros
sabe de dónde le nacían las ganas de hacer esas cosas que no podían gustarle ni
a él. Lo de quedarse con las tierras de las viudas. O querer llevarnos a pelear
contra los paraguayos, que nunca nos hicieron nada, y al lado de Mitre. Y eso
con los desertores, de hacer que los lanceáramos en seco […]. Los amontonó en
el corral grande y nos hizo formar sobre la avenida, como para una diversión.
Los iba largando de a uno y después elegía a algunos de nosotros, con la
mirada. Nos achicábamos sobre el caballo porque era feo eso ele verlos correr y
correr solos y al sol, en medio de la calle, despatarrados por el miedo, cada
vez más cerca, igual que si retrocedieran, hasta meterse abajo del caballo […].
Estuvimos toda la tarde en esas corridas, hasta casi acostumbrarnos a los
gritos. Y se fueron quedando tendidos, como trapos al sol, en una fila
despareja que llegaba cerca de la laguna (Piglia, 1967: 5).
En la realidad diversas interpretaciones
proporcionan los historiadores respecto de las motivaciones de la retirada de
los simpatizantes y hombres que luchaban con Urquiza.
Su prolongada hegemonía
en la provincia y la posterior adhesión a la presidencia de Domingo Faustino
Sarmiento abrieron el camino para que uno de sus principales hombres, López
Jordán, decidiera tomar su lugar. Los historiadores conjeturan que fue él
quien organizó la partida que lo asesinó en 1870.
En este cuento, Piglia
consigue provocar y conmover al lector a través de la voz del entrerriano
Robustiano Vega y logra capturar un punto ciego de la historia política de
Argentina en la comisura del lenguaje, siendo muy difícil deslindar la historia
de las formas literarias.
Bibliografía
Piglia, Ricardo. “Las actas del juicio” en La invasión, Barcelona, Anagrama: 2006
(Edición revisada de la 1967).
Carrión, Jorge. El lugar de Piglia: crítica sin ficción. Introducción. Barcelona,
Candaya: 2008.
Forastelli, Fabricio. "La lectura y el
lector." Orbis Tertius 15 (2010).
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