viernes, 22 de septiembre de 2017

Teresa de Jesús




           En 1511, en el seno de una familia judeoconversa, nace Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada, mejor conocida como Teresa de Jesús. Con apenas 13 años, en 1528, pierde a su madre y a partir de ese momento se muestra interesa por los asuntos espirituales. En el año de 1531 ingresa al convento de Santa María de Gracia y decide tomar los votos a raíz de una grave enfermedad que se le es diagnosticada y con esto confirma su vocación por la senda religiosa. Decide salir de su entorno familiar y, de esta manera, profesar en el convento de la Encarnación el 3 de noviembre de 1534.
            En 1539, Teresa de Jesús logra recuperar su estado de salud, hecho que atribuye a la intervención divina de San José. A partir de este momento aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y aprendió el método de oración llamado de “recogimiento”, este acontecimiento la hace más cercana y le hace crecer su fe y devoción a Dios.
            Tras la muerte de su padre en 1541, Teresa de Jesús, sufre por la ausencia que deja su pérdida y en el año de 1542 testifica y afirma ser testigo y protagonista de la aparición de Jesucristo quien le reprocha el haber dejado de lado la oración.
Teresa de Jesús contó con el apoyo de Fray Luis de León, así como de la congregación de los jesuitas, quienes apreciaban la ideología que tenía en relación a la Contrarreforma. También contó con el apoyo de San Juan de la Cruz, quien en aquel entonces era un joven Fraile Carmelita, y le ayudó en el proceso de la reforma de los Carmelita Descalzos. Más adelante, en el año de 1560, Teresa de Jesús adopta la regla primitiva del desprendimiento y la contemplación y, de esta manera, restaura la antigua regla del Carmelo. Con ella y con San Juan de la Cruz, alcanza la espiritualidad Carmelita su cima, afectando la reforma tanto a las monjas como a los frailes. En realidad, era el espíritu de pobreza el que caracterizaba toda su labor fundadora. Como una muestra de lo anterior, decide sustituir los zapatos que utilizaba en el convento de la Encarnación y en su lugar usa unas alpargatas elaboradas con cáñamo. A raíz de esto, los miembros de su congregación son conocidos como los descalzos. Teresa de Jesús detalla su lucha en pro de la reforma y la creación de nuevos conventos (17 durante su vida), en su Libro de las fundaciones (1580).
           Teresa, fallece el 4 de octubre de 1582, tras una dura enfermedad y sin haber publicado ninguna de sus obras. La Inquisición siempre estuvo en vigilancia permanente de sus escritos, ya que temían la creación de obras que incitaran al pensamiento crítico o contrario a la doctrina cristiana católica. Su manuscrito Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares lo quemó ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance.
            Teresa de Jesús es incitada por sus propios confesores y superiores a narrar y escribir sus experiencias místicas y es así como entre los años de 1562 a 1565 escribe su primer libro titulado El libro de la vida, obra en la que la autora plasma y describe su personalidad y narra las experiencias místicas y humanas que vive. El libro de la vida es una obra autobiográfica en el que Teresa de Jesús nos habla de sus experiencias internas y externas, para el caso, María Mar Cortés nos dice que este libro «puede considerarse las primeras muestras de textos autobiográficos en lengua castellana y un valioso ejemplo de literatura confesional» (Cortés, 2015: 244). Por otro lado, Víctor García de la Concha señala, en una de sus conferencias, que Teresa de Jesús hacía uso de «una escritura mistagógica: donde incorpora al lector a su propio proceso de vida (historia personal) que desde sus escritos teológicos – biográficos se cumple algo que ella decía, “contagiar de su propio mal”» (García de la Concha, 1981).

            Como mencionamos anteriormente, una de las obras más relevantes de Teresa de Jesús es el Libro de las fundaciones, obra escrita entre los años 1573 a 1582. En este libro nos narra las situaciones, las experiencias y las proezas vividas en la fundación de un sinnúmero de monasterios en España y, de la misma manera, nos relata el proceso en la reforma del Carmelo. Teresa escribe esta obra en su etapa de madurez y en un momento en el que se encuentra en un ambiente de monjas, amigas y hermanas de la congregación, para quienes escribe. También dirige sus mensajes a la gente humilde y por eso podemos observar una prosodia popularizante en sus escritos. La palabra escrita de Teresa de Jesús siempre estuvo encaminada a mostrarnos, reafirmar y resaltar su fe y sus creencias religiosas.

Además de los libros ya citados, de fuerte carácter autobiográfico, estudiamos a Teresa de Jesús en literatura como representante de la literatura mística, sobre todo en obras como Camino de Perfección, escrito en 1567, Meditaciones sobre los cantares  en 1567 y Moradas del castillo interior  en 1578. Este último libro, Las moradas, es la obra de más repercusión literaria de Teresa de Jesús. Santa Teresa escribe con un estilo sencillo que fluye con naturalidad. Usa constantemente imágenes de la vida diaria y un lenguaje paradójico para expresar conceptos profundos de la experiencia mística. Para el caso, podemos decir que el poema “Vivo sin vivir en mí” es un ejemplo de su lenguaje y del uso de la paradoja; y su ensayo Meditación sobre el 'Bésame', dirigido a sus monjas nos muestra el estilo sencillo de Santa Teresa.

            En la escritura de Teresa de Jesús encontramos muchos rasgos que se vuelven característicos en sus obras. Podemos ver como utiliza el coloquialismo para acercarse a sus lectores; se esforzaba en escribir de la misma manera en que la gente hablaba y se comunicaba: «esto se riega muy mijor, que queda más harta la tierra de agua» (Cortés, M. 2016:1). Teresa escribe de una manera casi rústica, simple y llana, utilizando muchos diminutivos y de esta forma se hace sentir más humilde, además de que en sus escritos podemos apreciar los titubeos permanentes que hay en su grafía.
           Teresa de Jesús usa algunas figuras estéticas como la símil o comparación.  También utiliza frecuentemente la alegoría con la que pretende reprender a los directores de espíritu prefiriendo no entrar en grandes descripciones y prefiere lo sustancial y concreto.
El estilo de Santa Teresa no es monolítico, debemos considerar una pluralidad en el lenguaje de sus obras. Su epistolario es una buena muestra del uso de distintas normas. Así vemos, cómo en las Exclamaciones del alma a Dios, por ejemplo, Teresa formaliza su arrebato de orante en frases que evidencian las huellas de lecturas y sermones, y que rara vez presentan la incorrección gramatical. Antes bien, aparecen anáforas, simetrías, apóstrofes, interrogaciones y exclamaciones retóricas, opósitos, hipérbatos estilísticos, complementos y adjetivos etimológicos.



Bibliografía

BARANDA LETURIO, Nieves y MARÍN, M.ª Carmen: “El universo de la escritura conventual femenina: deslindes y perspectivas”, Letras en la celda. Cultura escrita de los conventos femeninos en la España moderna, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2014, pp. 11-24.

BARBEITO, María Isabel, Mujeres y Literatura del Siglo de Oro. Espacios profanos y conventuales, Madrid, Sakefat, 2007, pp. 291- 314.  

CORTÉS TIMONER, Mª Mar, Ficha Material “Textos de Santa Teresa de Jesús”, barcelona, UNIBA, 2016.

 ________, "Escribiendo desde la vivencia que autoriza: De Teresa de Cartagena a Teresa de Jesús”, Actas del Congreso Internacional Teresiano, Salamanca, Diputación de Salamanca, 2015, pp. 235-252.

GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, “El arte literario de Santa Teresa de Jesús”, Fundación Juan March.


SEGURA GRAÍÑO, Cristina, “Las celdas de los conventos” en Anna Caballé (dir.), La vida escrita por las mujeres I. Por mi alma os digo. De la Edad Media a la Ilustración, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003, pp. 113-120.